¿Sigue siendo útil la ONU para los países pequeños?
Por Sir Ronald Sanders
El 23 de septiembre de 2025, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, utilizó su discurso ante el 80º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU para cuestionar el propósito de la Organización. No está solo; líderes de todo el mundo han hecho la misma pregunta. “La ONU tiene un potencial tremendo”, dijo, pero “ni siquiera se acerca” a cumplirlo, y “las palabras vacías no detienen la guerra”. En ese punto, muchos coincidirían.
Sin embargo, muchos países sostienen que la ONU se queda corta porque el control real reside en unos pocos Estados poderosos que ejercen el veto en el Consejo de Seguridad para servir a sus intereses nacionales percibidos. En consecuencia, los principios de la Carta de la ONU —y, en ocasiones, el derecho internacional humanitario— se dejan de lado, lo que suscita serias dudas sobre la equidad del sistema.
Mientras sesionaba la Asamblea General, el punto quedó claro. Para el 25 de septiembre de 2025, Israel había intensificado operaciones en la Ciudad de Gaza y otros lugares, con un aumento de víctimas, desplazamientos masivos y una emergencia humanitaria en agravamiento. La Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (CIF) confirmó la hambruna en la Gobernación de Gaza el 22 de agosto y proyectó su expansión a otras áreas hacia finales de septiembre.
La indignación mundial por la guerra y el sufrimiento de civiles ha ampliado las respuestas diplomáticas. En los días alrededor de la UNGA, el Reino Unido, Canadá, Francia, Australia y Portugal reconocieron al Estado de Palestina. En conjunto, 157 de los 193 Estados miembros de la ONU —alrededor del 81%— reconocen ahora a Palestina.
En su discurso, el presidente Trump argumentó que reconocer a Palestina “recompensaría” a Hamás por los ataques de octubre de 2023. Por el contrario, la mayoría de los países que intervinieron, incluidos los Estados del Caribe, condenaron a Hamás al tiempo que reafirmaron que los palestinos tienen derecho a un Estado junto a Israel. Se exigieron ampliamente la liberación de rehenes y el fin de los ataques indiscriminados, así como una vía política que avance hacia la institucionalización de dos Estados.
Los países también subrayaron que las graves preocupaciones por posibles violaciones del derecho internacional humanitario no deben confundirse con antisemitismo. La crítica a las políticas y acciones del gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu no es un comentario sobre los pueblos judíos en ninguna parte. El sufrimiento y la perseverancia de las comunidades judías forman parte de la memoria colectiva de la humanidad; invocar esa historia para blindar políticas actuales frente al escrutinio es injustificable y disminuye la lucha contra el antisemitismo.
Quizá la divergencia más clara entre el presidente Trump y la mayoría de los oradores en la UNGA —especialmente los Estados pequeños— fue sobre el cambio climático. El presidente calificó el cambio climático como “la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo”. Para las islas pequeñas, no se trata de ideología sino de supervivencia: tormentas más fuertes, aumento del nivel del mar y costos de seguros en alza ya están erosionando las economías. Como señaló el presidente de Palaos, Surangel Whipps Jr., durante la semana de la UNGA, “quienes tienen mayor responsabilidad y mayor capacidad de actuar deben hacer mucho más”, destacando que una opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia sustenta esto en el derecho internacional.
Al hablar de las emisiones de CO₂, principal motor del cambio climático, el presidente Trump sostuvo que los recortes de Europa habían sido “borrados” por un aumento global “en gran parte proveniente de China”, y añadió que “China produce ahora más CO₂ que todas las demás naciones desarrolladas del mundo juntas”. Los Estados pequeños reconocen el punto, diciendo que refuerza la necesidad de que todos los grandes emisores recorten. Cabe señalar que, el 24 de septiembre de 2025, China anunció un objetivo de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero entre un 7% y un 10% por debajo del pico para 2035.
Los Estados pequeños, que menos contribuyen a las emisiones de CO₂ pero más sufren sus efectos, coincidirían con el Secretario General de la ONU, António Guterres, quien lo planteó con claridad en una reunión climática de la UNGA: “La ciencia exige acción. La ley lo ordena. La economía lo impone. Y la gente lo reclama”. Advirtió que los compromisos actuales son insuficientes y vinculó la crisis climática a un riesgo más amplio: la multipolaridad sin instituciones multilaterales eficaces “coquetea con el caos”.
Este intercambio anuncia un terreno más áspero en todas las instituciones de la ONU, incluido el Acuerdo de París y las negociaciones de la COP. Estados Unidos se ha replegado, mientras que la cuota contributiva de China al presupuesto de la CMNUCC aumentará según el presupuesto 2026–27 recién aprobado. Se trata de un incremento burocrático, no de un nuevo aporte voluntario de financiamiento climático. Aun así, a los responsables políticos de EE. UU. debería preocuparles que su ausencia deje más espacio a otros para moldear normas y agendas.
Los Estados pequeños, incluidos los del Caribe, quieren a Estados Unidos involucrado, no solo por sus recursos, sino porque los impactos climáticos estadounidenses se irradian por el vecindario, elevando los costos de seguros y transporte que ya agobian a las economías caribeñas y centroamericanas.
Los Estados del Caribe comparten el deseo, a menudo expresado por el presidente Trump, de paz mundial. Acogieron con beneplácito sus declaraciones sobre la guerra en Ucrania, tras una reunión con el presidente Volodímir Zelenskiy al margen de la UNGA. Dijo que ahora cree que Ucrania puede recuperar todo su territorio y pidió avanzar con mayor rapidez. Cualquier iniciativa de EE. UU. para asegurar tal desenlace sería bienvenida en todo el Caribe.
Entonces, ¿sigue siendo valiosa la ONU para los pequeños Estados caribeños, pese al dominio de las grandes potencias en las decisiones del Consejo de Seguridad, su influencia sobre el presupuesto y las prioridades de la ONU, y las agudas diferencias en asuntos vitales? La respuesta sigue siendo sí, pero con límites claros.
La ONU sigue siendo el único lugar donde todos los Estados están presentes, donde el registro es público y donde los países pequeños pueden poner sus preocupaciones en la agenda y —si son valientes y astutos— interpelar a las grandes potencias. Los organismos especializados siguen prestando servicios concretos que benefician a los Estados pequeños. Pero la credibilidad se tensa cuando las reglas se aplican de forma desigual, el financiamiento es volátil, la ciencia se trata como opcional y se niega la igualdad entre los miembros.
Los Estados pequeños no tienen el lujo de la desvinculación. La tarea es utilizar lo que aún funciona, dejando claro que las limitaciones provienen de los miembros, no de la Carta.
(El autor es Embajador de Antigua y Barbuda ante los Estados Unidos y la OEA, y Decano de los Embajadores acreditados ante la OEA. Respuestas y comentarios previos: www.sirronaldsanders.com)